25 de mayo de 2008

Escribir I-M-P-R-E-S-I-O-N-I-S-M-O


Alessandro Baricco (Turín, 1958) es tipo raro. Escribió una novelita llamada Seda que se convirtió en un éxito de ventas y de la que se acaba de hacer la versión cinematográfica. La novelita en cuestión tenía la extraña virtud de convencer tanto al público común como al público más entendido, lo que, en sí mismo, constituye un sacrilegio. Por aquel entonces no concedía entrevistas, solamente concertaba foros en internet para conversar, preferentemente, con sus lectores, o, amargamente, con periodistas. Sin embargo, de unos años hacia aquí, se ha convertido en un fenómeno mediático. Estuvo en Barcelona hace más o menos un mes leyendo el pregón de Sant Jordi y ahora presentará por Catalunya su Homero.Ilíada, una versión teatralizada del clásico. A mí, personalmente, después del deslumbramiento inicial, como todos los amores, comenzó a parecerme un tanto remilgado, manierista. Pero un martes a las dos de la madrugada (cuando salir un martes era más una cuestión de ética que de placer) conocí a un yonqui yanqui (drogodependiente de Estados Unidos) en un bar muy pequeño de una callejuela muy estrecha. Me explicó su interés por el autor, su estancia en el centro de reinserción de Roxós (Santiago) y su proyecto: decorar con pajaritos de papel charol de colores un parque de la ciudad. Yo me imaginaba las luces artificiales reflejando en los papelitos y me parecía todo de una coherencia extraordinario. Ante ello creí necesario exponer mis incertezas sobre Baricco:

  1. Las páginas de sus libros se leen como un manual de impresionismo / como un manual de impresionismo / de impresionismo. Ej. Imagínate qué ojos capaces de ser tan solo ojos. Ojos sin psicología. Y en un momento, ya es historia. Escucha, en un momento, es historia.
  2. Entiende cada capítulo, cada palabra, como un acto estético no continuado, esto es, como algo que ha de ser placentero en sí mismo. Como un reflejo propio, desligada de las otras partes que conforman la unidad del libro. De esta manera, se elimina el discurso y se cae en una paradoja: la creación del estilo a través de la negación del estilo.
  3. Enorme interés por la forma derivado de su formación musical y, en general, de su melomanía. Cualquier intelectual que se precie: "artificio, barroquismo, kitsch". Duda razonable: el puñado de arena más hermoso del mundo se te escapará entre los dedos de la mano y no dejará nada debajo, nada escrito en los renglones de tu mano (pero seguirá siendo hermoso). Ej. Cuando Dios creó los labios de Jung se le ocurrió la extravagante idea del pecado: Ej2, musical: Verdes son los ojos de la puta de Clossingtown, verdes/ sutiles son las manos de la puta de Clossingtown, sutiles (y así sucesivamente, intercalando otras frases)

No debiéramos agobiarnos con la falta de significado, pero existe cierta vocación impresionista en todo lo dicho. Algo más oportuno, sería asumir la posmodernidad de su escritura. De todos modos, basta con leerlo. A alguién se le ocurrirá la teoría, mientras todos los demás reclaman saber si vota o no a Berlusconi, por qué le gusta el fútbol y los coches de carreras o por qué no escribe como Thomas Mann. En realidad, le interesa más la belleza que la decadencia. Mejor que diferenciarse cada día, sería ser distinto para siempre.

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