14 de junio de 2008

Finales abiertos



Entre todas las interpretaciones de un libro, un cuadro, un gesto, una chica, una mirada… siempre me gusta pensar que la verdadera es la romántica. No por una cuestión de romanticismo, propiamente, sino porque, a veces, la vida te da derecho a interpretarla como más te guste y me conmueve más la belleza que la intelectualidad. Y es este un derecho que aspira a desvanecerse en favor de las certezas, porque toda incertidumbre se mueve entre la angustia y la fascinación.
La Tempestad de Shakespeare es uno de esos libros con alrededor de una veintena de interpretaciones. Es el último (o de los últimos, ya que luego colaboró con otros autores) que escribe y tiene un maravilloso final en el que Próspero renuncia a sus poderes mágicos desprendiéndose de su vara. He aquí el meollo del asunto:
Si entendemos que Próspero es el alter ego de Shakespeare, representa el abandono de su pluma/vara dejando su fluir vital en manos del azar de la vida, del azar de los hombres a los que ahora se iguala renunciando a aquello que lo distingue y lo eleva sobre los otros. Lo hace después de demostrar su poder sobre reyes y seres primitivos, sobre bribones de dudosa moralidad y ninfas de la antigüedad, sobre la propia naturaleza y los dioses creadores. Me pregunto si Courbet en El estudio del artista no realiza un estudio iconográfico sobre los tipos que dibuja su pincel, de lo real al más allá, y que domina con su paleta del mismo modo que Próspero con su magia. Pero Courbet plasma una declaración de principios y Shakespeare firma un testamento: la pregunta es por qué.
Los estudios hermenéuticos han revelado que existen tres constantes en la obra, tres palabras que se repiten permanentemente y que marcan el devenir de los personajes: libertad, poder y sumisión. Según estas tres tendencias, el objetivo último de la acción de Próspero se correspondería con la libertad. Shakespeare renuncia a su pluma para elegir la libertad.
A veces, lo construido se agota, las etapas transcurren, y es necesario reinventarse para seguir adelante. Próspero renuncia a su poder sobre los demás, el poder que se ejerce en cada departamento de facultad, en cada pequeña empresa, en los supermercados del día a día, en Microsoft. Pero en su monólogo final existe cierta melancolía por lo perdido y por la incertidumbre de lo buscado. La libertad es una losa pesada, pero no podríamos vivir sin ella.