19 de diciembre de 2008

Margarita y el espejo


En todos los cuentos existe siempre un héroe o una heroína, alguien que protagoniza una historia imaginaria, que realiza un hecho extraordinario, que vive fantásticas aventuras en un supuesto mundo, alejado de la realidad. Por supuesto, nosotros también tenemos alguien que protagoniza una historia, una pequeña niña, aunque quizás nos falten las fantásticas aventuras o los hechos extraordinarios.

Nuestra protagonista nació en el seno de una familia normal, de clase trabajadora; en una ciudad pequeña, donde algunas calles estaban todavía sin asfaltar. Fue creciendo hasta poder sostenerse por sí sola y empezar a descubrir el mundo; comenzó como todos los niños de su entorno a ir a la escuela; jugaba mucho, muchísimo y se la oía reír feliz y contenta. En principio nada podía prever que un día poco a poco se fuese introduciendo en otra esfera, en otro espacio. Empezó a soñar despierta entre los abetos, era una princesa, frágil y delicada que se llamaba Margarita, la de largas melenas rubias.

Margarita atisbó a su alrededor, buscando con su tierna mirada a su príncipe soñado... no estaba. Sin preocuparse demasiado siguió su camino, esa tarde no iba a la escuela y era un día radiante para explorar, para deleitarse mirando los brillantes colores de la primavera. Decidió ir hacia el lago y así entretenerse dibujando. Empezó a sentirse un poco extraña, se oía un largo silencio que no era normal, pero era tanta la paz que sentía en ese momento que no se alarmó. Simplemente era la hora quieta, eso, la hora en que la luz del sol se va debilitando hasta alargar las sombras y desaparecer. No pensó que el tiempo corría tan deprisa, el caminar se había prolongado demasiado y decidió volver a casa. Al girar sobre sus propios pasos, divisó a lo lejos, encima de una colina, por supuesto, su castillo, acercándose poco a poco llegó hasta las puertas que se abrieron de par en par dejándole la entrada abierta.

Entró apresuradamente hacia el interior, como siempre llegaba tarde a cenar, esperaba encontrar a su familia, su padre, siempre callado y serio, quien invariablemente acababa riñéndola por no haber llegado a la hora y por contradecirle en sus mandatos; su madre, siempre inquieta de un lado a otro, riendo, preocupada de que todo estuviese correctamente, cada cosa en su sitio. También echó en falta a sus dos hermanos, terribles siempre, pensando en como fastidiarla. Ella siempre tan tierna y delicada lloraba cuando ellos le quitaban su juguete preferido y cuando jugando en los campos le lanzaban todo tipo de animalejos se dirigía corriendo en busca de la protección materna. ¿Dónde estaban todos?¿Habían salido de viaje?

Las dudas que se habían ido gestando en su interior, poco a poco, se transformaban en preocupación a medida que transcurrían los minutos e involuntariamente le surgieron más preguntas: ¿Qué iba a hacer ella sola?¿La habrían abandonado?. Las circunstancias no eran tan graves, seguro que no lo eran, no se lo podía creer, era imposible que todos hubieran huido. Después de estas primeras dudas decidió recorrer el castillo, quizás querían darle una sorpresa y estaban todos esperándola en alguna de las habitaciones.

Entró en todas las estancias de la planta baja: la cocina, vacía; el comedor, un desierto; la gran sala, desoladamente desocupada. Faltaban las risas, los gritos, las palabras flotando en el ambiente como un río continuo. Sólo las luces permanecían abiertas. ¡Menos mal!.
Se dirigió hacia las escaleras para comprobar si estaban esperándola en las estancias superiores. Ascendió lentamente, mirándolo todo como si fuese la primera vez que sus ojos posaban la mirada en aquel espacio, peldaño a peldaño llegó al piso superior y encontró cuatro puertas.

El hecho le extrañó, no recordaba esas puertas, abrió la primera y entró en la habitación, era todo azul, las paredes, los muebles. En su interior sintió una dulce tristeza, una emoción entre fría y alejada la descubrió a sí misma alejada del mundo, aislada en una bóveda celeste. Al abrir la siguiente habitación, brotó una gran gama de rojos que la atrajeron hacia adentro. Dejándose llevar entró y de la misma forma que en la anterior, en esta también se sintió acorralada por sentimientos, fuertes y poderosos, podría gritar y llorar al mismo tiempo.

Se alejó un poco asustada por sentir con tanta intensidad y se dirigió a la siguiente, ésta era gris, doliente y yerma. No sintió la dulce tristeza, no sintió la fuerza colérica, se sintió apesadumbrada y salió como tambaleante. ¿Dónde estaba su ímpetu?¿Dónde estaba su furor? Con un poco de miedo abrió la última puerta: el negro la dejó en la nada, en el no-ser se sentó en el helado suelo y empezó a llorar. Estaba sola, siempre había estado sola. Así, sentada en el suelo lloró desconsolada pensando que la primera luz del día la aliviaría, seguro, siempre amanecía al día siguiente, siempre amanecía... lentamente fue entrando en el sueño.

Y, por supuesto amaneció. Al día siguiente, entraba la luz a raudales en la morada y era tanta, esa luz, que surtía de los objetos de la habitación, que parecían ser de fino cristal. Margarita se acercó a la cama y la recorrió con las yemas, no era sólo una visión, era real, todo era de cristal, delicado y frágil.

Dirigió entonces su mirada hacia la puerta y ya no estaba. En su lugar, una chica morena idéntica a ella miraba desde el otro lado de un espejo. Se sintió atraída y se acerco hasta situarse frente a ella, la chica del otro lado del espejo le estaba hablando. Se aproximó un poco más para oír lo que le decía: Sal del espejo, ven conmigo, no puedes continuar ahí. Las preguntas volvieron a agolparse en su mente. ¿Dónde estoy?¿Quién soy?¿Quién es ella? A cada pregunta que iba formulando una grieta surcaba el espejo, resquebrajándolo. Sintió miedo, no se atrevía a dar un solo paso.

Pero una última pregunta surgió de su interior: ¿Soy yo la que está al otro lado? Y en ese momento se rompió la burbuja de cristal en que había estado sumergida y sintió como Bárbara, la chica morena, de la modesta familia, de la ciudad pequeña, tomaba las riendas de su vida.
En ese momento empezó a formarse para mirar el mundo, a buscar en cada pequeño resquicio de su realidad la poesía y la belleza que se esconde en la cotidianidad le abrió la puerta a su recóndito interior. Aunque quede aún algún miedo y algunas veces, todavía, se pierda entre los senderos, alguna estrella fugaz le recuerda el camino. Quizás, a veces, tan sólo hecha en falta a alguien que como ella lea en la vida la poesía, a la luz de una vela, mientras la música suena....


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