9 de julio de 2008

La caja lista

A mí me parece fantástico que haya cinéfilos, son gente muy necesaria. Yo no me considero cinéfila; en fin, me gusta mucho el cine, pero apenas he visto Bergman, odio a muerte a Antonioni i digamos que el cine francés en general —diremos, de hecho, que lo francés en general— me aburre poderosamente. Ah, y adoro los musicales, cuanto más horteras mejor. Diremos que Jesucristo Superstar me parece una película brillante con canciones ideales para cantar por la calle volviendo a casa por la noche. Es decir, que lo que humildemente exigo del cine es, al final, entretenimiento, no muy banal, y sí muy ajustado a mi mentalidad un poco retorcida. Pero sigamos.


Yo amo profundamente las series de televisión. No todas, claro: de hecho, haría abolir Antena 3 y prohibiría, por ley, que existiera algo, cualquier cosa, llamado Sin tetas no hay paraíso. ¿Por qué amo algunas series de televisión? Porque nunca he visto en el cine una creación como Doctor en Alaska. Porque no se puede hacer una película que englobe todo lo que ha dado de sí El Ala Oeste de la Casa Blanca. Porque, pese a que lo intentaron, la grandeza de Homicidio estará siempre relegada al electrodoméstico. Y sólo digo las tres primeras que se me ocurren.


Son lenguajes diferentes, por supuesto: el final de Casablanca no tiene mucho sentido en una televisión. Tomemos el caso de Doctor en Alaska. Siendo muy consciente de que si la televisión, como decía Pierre Bourdieu[1], significa la democratización y, con ello, la vulgarización y masificación de la información —a eso el gran Umberto Eco lo llamaría ser “apocalíptico”[2]—, Doctor en Alaska precisamente le quita a la tele el calificativo de “caja boba”. En ella, lo que menos importa es que el recientemente licenciado doctor Joel Fleischmann esté destinado al imaginario pueblo de Cicely, Alaska, sinónimo de “el ano del mundo”. Lo que menos importa es que se tope con gente que come hamburguesa de alce y que es capaz de ayudar al expresidiario locutor de radio a construir una catapulta para lanzar una vaca por los aires y vivir “un momento de extrema pureza”. Cabe decir que al final lo que acaban lanzando es un piano (lo siento, Antípodas). Lo que menos importa es que Maggie, su casera y piloto de avión, sea una reprimida sexual que le ama secretamente y que no tiene novio que no muera en extrañísimas circunstancias. Lo que menos importa es Adam, mi personaje favorito de la historia del universo televisivo, una especie de ieti que nunca se calza, vive enmedio del bosque como un salvaje, cocina como los dioses, es más borde que House al cubo y nunca se llega a saber si perteneció o no a la CIA. Nada de eso importa demasiado, es sólo la columna vertebral de algo mucho más complejo y fascinante.


Lo que verdaderamente importa en Doctor en Alaska son los abundantes momentos de extrema lucidez filosófica, las sutiles frases dichas casi inintencionadamente gracias a las fastuosas interpretaciones de todos y cada uno de los actores; es el entramado completamente surrealista que envuelve sobretodo las tres primeras temporadas, llenas de momentos mágicos —en sentido literal y figurado— y que, en el peor de los casos, le ofrece al espectador, seguramente despistado al principio, una lección de vida, una lección de vida, sí, en cada uno de los capítulos. No me preguntéis de qué va, porque ni siquiera lo sé muy bien. Pero gracias a Dios que existe esta gran muestra de que en la televisión se pueden ver creaciones maravillosas que le dan a esta seriéfila un poco de esperanza en nuestra pobre raza.


[1] Sobre la televisión, 1996.
[2] Umberto Eco mola y su Apocalípticos e Integrados (1964) también.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sí, es una gran serie.
Vale la pena mencionar que - aunque originalmente el personaje de Fleischman, sí, fue creado para ser protagonista principal de la serie - el título inglés es "Northern Exposure". Es decir, la traducción castellana luce otra vez. Bueno, en polaco es "Parada Alaska" [trad. improvisada].
De hecho, la serie se acabó porque los managers de Rob Morrow (Fleischman) presionaban a los creadores para que ese tuviese más importancia, tal como fue la idea principal. Resultado: el personaje del médico relegada más todavía a la sombra y falta de posibles desarrollos coherentes de él.