9 de julio de 2008

Haneke dixit



Hace unas semanas, llegó a los cines Funny Games, “esa monstruosidad que parió Haneke”(Boyero dixit) para cerrar el primer siglo del cinematógrafo (1997). Y llegó con la publicidad que corresponde a una producción Made in USA, predecible desde aquel extraño día en que el director alemán anunció que su remake sería una copia plano por plano del original. Si bien el ejercicio, como ejercicio, puede resultar absurdo, genera la expectación de enfrentar al gran público con una película “rarita para las masas” (narrador dixit). Pero si usted no es masa y encontró en la cinefilia o en el azar del pasado el visionado de la original alemana, siempre podrá jugar a buscar las diferencias (poquitas) o a confrontar el efecto del cambio fonético en la experiencia estética de la película (que debe ser algo políticamente incorrecto, pero bueno). Más allá de todo eso, sería pertinente aclarar el papel del espectador en Funny Games como contrapeso formal a toda la literatura sobre la violencia gratuita, el sadismo o el horror hanekiano que colapsa las críticas cinematográficas de los periódicos. Así que, sin ánimo de criticar al crítico, esto que leen es un tanto antiboyerista (nótese el juego de palabras que realiza el autor. Antiboyerista se refiere al artículo de Carlos Boyero en el País, que tiene a bien poner a su disposición en un link para quien quiera leerlo; a la vez, se asemeja mucho al término antiboyeurista, que aludiría a la incomodidad del espectador que no siente placer en su mirada, sino cierto horror y rechazo que imposibilita su ocultación. N. del T.)


Un espectador se siente agredido en Funny Games, profundamente incómodo, porque Haneke se preocupa de hacerlo cómplice, de interpelarlo continuamente para frustrarlo en cada ocasión. Digamos que el público es un actante pasivo de la acción, los personajes lo toman en cuenta y actúan para él. Es el interlocutor elíptico de una película pornográfica: “esto es lo que quieres ver, ¿verdad?, esto es lo que te gusta”. (bueno, que así se imagina el autor los diálogos de la pornografía, más allá de otras onomatopeyas... vol dir, que no es que sea un experto, vamos... N. del T.)


Lo desagradable en Funny Games es esta inclusión hitchcoquiana del espectador, de manera que su complicidad lo conmina a un sentimiento de impotencia y lo juzga en su connivencia. No es, entonces, la violencia gratuita por sí misma, la que preocupa al espectador. Pensemos que mucha de la violencia de Tarantino tiene el componente humorístico propio de las exageraciones, de las caricaturas. Pero Haneke procede con elipsis en los momentos de hiperviolencia, lo que acrecenta la sensación de realidad.


La ruptura de las convenciones adquiridas por el espectador a través de cien años de historia cinematográfica, pertenece a la idea originaria de frustrar las expectativas del público, razón por la que es necesario, en primera instancia, crearlas. Haneke no rompe con el lenguaje, ya que le interesa la comprensibilidad, rompe con el discurso, con el nivel semántico.


A este respecto, se deben tener en cuenta las ideas de Kubrick con respecto a la materialización y desarrollo de lo siniestro y las razones argumentales que inspiraron la filmografía violenta y la psicopatía a lo largo de la historia del cine.



En estas razones formales se encierra la complejidad de una obra que pasará, con pena o con gloria, como una más de esas películas violentas no aptas para considerarlas bajo diatribas filosóficas ni maestrías artísticas. Sin embargo, parece más interesante observarla bajo estos principios que bajo la retórica del miedo y el espectáculo violento. Eso sí, la película sigue siendo una experiencia fascinantemente desagradable, se dixit como se dixit.

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